Empotrador…

Por razones que no vienen al caso, fuimos un par de jueves por la tarde a pasear juntos a la montaña.

No había, por mi parte, otra motivación sino contemplar el paisaje y charlar con una compañera de trabajo. Di por supuesto que ella gestionaba con discreción esas salidas campestres, tanto laboral como familiarmente. Y es que su marido tenía intersección no nula en ambos dominios.

La tarde de aquel jueves fue demasiado lluviosa… Me preguntó con calculada inocencia si teníamos alternativa para nuestro encuentro. Y yo, con menos calculada intención, ofrecí la alternativa de buscar un lugar cubierto y privado donde podríamos charlar. Aceptó la idea…

No detallaré mucho lo que sucedió en aquella habitación, en penumbra por decisión de ella, pero el caso es que acabamos desnudos sobre la cama…

Te deseo, dijo…

Sus palabras me convencieron de que estaba moralmente lista para para explorar el infinito universo del sexo.

Separé sus piernas y me arrodillé entre ellas. Preparé su coño… Sus labios eran grandes… voluptuosos… No me agradó el exceso de vello púbico. Su clítoris estaba abultado. Con el pulgar de la mano izquierda comencé a masajearlo, a presionarlo… A la vez, mi mano derecha acariciaba los pliegues de su vagina… El índice primero, y el corazón después, se hundieron en las profundidades de su sexo… rebosante de humedad. Giré la mano, con la palma hacia arriba… y cerré los dedos… Noté en mis yemas la textura rugosa de su punto G… El roce de mis dedos la llevaron a un éxtasis místico en el que se mezclaban gemidos de placer, con el estremecimiento de su cuerpo menudo.

Empecé a follarla.

Mi polla penetraba en su coño… lentamente, al principio… Quería analizar sus reacciones… sentir cómo sentía… cómo deseaba…

No me sorprendieron las respuestas a mis empellones… Eran bastante predecibles. Cuando la penetraba profundamente, sus manos empujaban mis nalgas para llevarme aun más adentro; cuando percutía con violencia, cerraba sus ojos, mordía sus labios y giraba de un lado a otro la cabeza; y cuando disminuía el ritmo de mis embestidas, se inquietaba e impacientaba… requiriéndome con un “fóllame, joder, fóllame” que volviese a las fases anteriores.

Y así, entre flojos, fuertes y regulares, fui follándola… sin ser consciente en aquel momento de que eso no sólo era exactamente lo que ella quería… sino que además, tal y como ella me confesó más tarde, era lo que quería que viese su marido.

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